Las élites políticas europeas, basadas principalmente en la división bipartidista homologable a la democracia liberal de Estados Unidos, son en su práctica totalidad pro-yankees; bien con sus filias republicanas, bien con sus filias demócratas. Al igual que aquellos, estos partidos liberales y capitalistas basan sus divisiones en cuestiones puramente sociológicas, sin entrar nunca en las cuestiones centrales de todo Estado: la lucha de clases, Estados e Imperios. Así, todas las democracias liberales (no solo de Europa) que quisieran contar con el beneplácito de Estados Unidos (hegemón mundial indiscutido hasta “antes de ayer”) debían cumplir dos requisitos: ser economías capitalistas que fueron neokeynesianas hasta los 70-80 y neoliberales tras esas décadas; y estar bajo la órbita geopolítica de Estados Unidos bajo los diversos paraguas político-militares que han ido creando (la OTAN para Europa, Asia Occidental y África y AUKUS para el Pacífico y Asia oriental).
Si no se entra a cuestionar las nociones más básicas de los Derechos Humanos (en principio, base jurídica de estos Estados liberales herederos de la Ilustración y del Iluminismo) y, por lo tanto, respetando formalmente la vida y derechos de mujeres, comunidades LGTBIQ+ y minorías étnicas, culturales y religiosas; lo demás es puro discurso y método (¿cómo conseguiremos que haya plena Igualdad?¿Hacen falta cupos por sexo para ser cargo público?¿Es justo dividir por sexos? Etc, etc, etc…). Y lo que hay es una discusión entre una izquierda y derechas sociológicas que es encarnizada en prensa e inexistente en la práctica, puesto que lo único que existe es una dictadura de un partido único liberal, burgués y pro-Estados Unidos.
Esto es una esquematización simplificada en la que hay por supuesto matices, pues eso que se llama “Europa” nunca ha sido una unidad en lo político, económico ni militar; ni lo es mi opinión. Que no lo haya sido es obvio con tan solo conocer un poco de Historia y ver que el pasado de “Occidente” no es sino la continúa pelea y conflicto entre tribus, reinos y Estados por imponer su Imperialismo a las regiones colindantes y luego exportaron sus luchas al resto de continentes cuando llegaron a América y después despedazaran en parcelas África y Asia.
Que no lo sea ahora se demuestra en que no hay un gobierno europeo electo por sus ciudadanos, puesto que todos los altos funcionarios de la Unión Europea son elegidos "en diferido" por los representantes de coaliciones europeas de partidos nacionales (a los que estos deciden unirse o no); no hay unidad en lo fiscal (permitiendo incluso paraísos tributarios como Luxemburgo e Irlanda dentro de su espacio), no hay una constitución ratificada para toda la Unión y tampoco hay un ejército europeo, con sus propios recursos humanos y técnicos comunes. Lo único que hay es una confederación económica donde determinados países ejercen su voluntad regionalmente (Alemania y Francia, junto con Reino Unido antes), se ha impuesto la estupidez de la ‘ventaja comparativa’ (por la que ellos se quedaron con cierta industria y los del sur con el sol y el turismo), una moneda única que no puede beneficiar igual a países con economías diferentes, libertad de movimiento para capitales y una deuda común que no para de engordar a base de imprimir dinero que no tiene respaldo en nada.
Y, por otro lado, ¿qué es Europa? Si geográficamente es hasta los Urales, ¿Rusia y Turquía son Europa? ¿O no lo son, precisamente, porque a ciertas élites económicas y políticas no les interesa o, mejor dicho, tienen intereses contradictorios con los planes y programas políticos de Rusia y Turquía? ¿Por qué puñetas permitimos que Israel participe de cierta manera en algunos eventos europeos, ni que sean de puro entretenimiento, siendo un país netamente asiático? Está claro que la mayor parte de dirigentes del Estado sionista son de origen europeo askenazí, pero obviamente los motivos son otros.
Todo este marco que está entrando ahora en una crisis profunda, acelerada por el conflicto bélico en Ucrania; en realidad viene removido desde la aparición de Donald Trump y la alt-right en su primer mandato. Porque, como buena colonia que es Europa, vamos al son de lo que nos toquen en Estados Unidos.
Si antes vivíamos en el extremo centro entre conservadores y socioliberales e izquierda indefinida que adoptaron el wokismo del Partido Demócrata (la “american way-of-left”, que dirían en Vanguardia Española); esto se ha visto agitado por estos grupos que se han alzado bajo el paraguas de Trump, que ha creado una nueva “american way-of-right”, por seguir la analogía. Estos grupos políticos que en principio eran muy minoritarios se caracterizan por ser ultranacionalistas (supuestamente, ahí tenemos a Abascal aplaudiendo los aranceles de Trump con las orejas), anti-europeístas y anti-woke. Básicamente van a la contra de todo el proyecto político de las hasta ahora élites políticas europeas. Lo otro que parecen tener en común es su simpatía hacia Vladímir Putin (principalmente por su conservadurismo ortodoxo unos y por intereses económicos directos también otros como Víktor Orban de Hungría) y, por supuesto, con Donald Trump y su séquito de élites tecnofeudales como el mequetrefe de Elon Musk que los están aupando y promocionando [1].
Ahora bien, la situación actual es la siguiente: tenemos un Donald Trump que está intentando cerrar inmediatamente una paz con Rusia a cualquier coste (incluido en ello, desmembrar Ucrania y someterla a la mayor deuda externa de la Historia), excluyendo totalmente a Bruselas del proceso; y el mismo vicepresidente estadounidense está aplicando sanciones y aranceles a la Unión Europea para intentar revertir los flujos comerciales (negativos para EEUU) y, sobre todo, castigar a los países OTAN para que aumenten su participación económica en la alianza militar.
Todo esto está provocando un sismo político en la UE, que ve como su principal sostén económico y militar (o metrópoli) deja de mantener esta Unión económica y aboga por unas fuerzas que pretenden revertir el proyecto de unión política que nunca terminó de fraguarse. Esto es lo que el mundo anglosajón (primero Reino Unido y luego Estados Unidos de Norteamérica) lleva haciendo desde hace siglos, descomponer estados e imperios en pequeñas unidades mucho más manejables geopolíticamente: el Imperio español, la URSS, Yugoslavia, el panarabismo de Nasser y el panafricanismo; y sus versiones actuales de fragmentación de Siria, Rusia y Brasil más el firme apoyo del indigenismo y los derechos de autodeterminación. Esto es lo que pretenden a través de partidos como AfD en Alemania o Vox en España y consiguieron en Reino Unido con el Brexit agitado por Nigel Farage de Reform UK.
Por el otro lado y aceptando que el conflicto en Ucrania tiene como culpable a una OTAN que incumplió su promesa de no expandir más sus fronteras hacia el Este y que suponía una cuestión totalmente existencial para Rusia; no podemos caer tampoco en la simplificación de cierta propaganda pro-Moscú que nos presenta un país inofensivo que se conformaba con ser la gasolinera de Europa y que nunca buscó expandir o mantener su influencia en Europa oriental. Esto no lo hace un país malvado, sino un país que busca y defiende, como debería hacer cualquier otro, sus intereses propios. Lo que te puede hacer más o menos inmoral son los métodos y además, aunque cuándo del Poder se trata lo único que prima es sobreponerte a tus enemigos, toda brutalidad o actuación injustificada se volverá en tu contra en el futuro.
De esta manera Rusia lleva años haciendo más o menos injerencia en países de su órbita ex-soviética, pero también en países del resto de esa península que llamamos Europa; para intentar tanto acercamientos a otros Estados (lo normal y legítimo) como divisiones dentro de sus rivales políticos y económicos, el ejemplo más claro de esto en España ha sido el apoyo tanto al ‘procés’ (tema actualmente judicializado) como a Vox, todo esto según diversos medios españoles que resaltan un vínculo u otro según el sesgo ideológico que interese. Como vemos, a Rusia le da igual esto último financiando a partidos tan aparentemente dispares y enemistados, pero que persiguen en definitiva debilitar a España bien mediante su fragmentación, bien separándose de la Unión Europea.
En esta vorágine, las actuales élites de Bruselas están en la coyuntura que presentaba antes: les han arrancado de cuajo un sostén fundamental para toda la arquitectura de la Unión mientras se ven asaltados por enemigos externos e internos. La respuesta a nivel de propaganda que han tomado es que Rusia sigue siendo Satanás reencarnado, Trump es un absoluto loco o está completamente aliado con Vladimir debido a sus filias ultraconservadoras (más que discutibles, vista la vida del actual presidente y Musk) y que hay que construir a toda costa y de manera definitiva la Unión Europea.
Así, las dos corrientes de opinión en los medios a día de hoy son, simplificando in extremis: pro-Trump y por lo tanto destruir lo woke y buscar la paz con Rusia y Putin; o defender “el estilo de vida europeo” (básicamente, el liberalismo), lo woke y esperar tenazmente a que pasen estos años de mandato de Trump suplicando por el retorno del Partido Demócrata (esto último más velado). Se podría pensar que quienes peor lo tienen a priori entre tanta polarización son los partidos conservadores liberales, pero esto choca directamente con la realidad donde la CDU ha ganado los comicios en Alemania y donde, seguramente, mucha gente se va a refugiar como “centro” ideológico entre los dos “opuestos” anteriores [2].
La construcción de una Unión Europea se me antoja imposible aunque la urgencia de la situación ahora la hace fundamental para todas estas élites y Estados, empezando por la cuestión de la deuda y todos los fondos europeos con lo que subsisten muchos países y programas. El papel que pueda desempeñar España en esta Unión Europea, visto el que hemos tenido hasta ahora, también hace que se me antoje como posiblemente indeseable.
La imposibilidad viene de lo que planteábamos al principio, los intereses contrapuestos de los distintos Reinos de Taifas de la Unión Europea revientan cualquier progreso a una especie de Estado federal o confederal. La simple idea de pensar en crear un salario mínimo común para todos estos países hace volar por los aires las costuras de este proyecto: un salario excesivamente bajo sería rechazado por los países industrializados y con cierto Estado del Bienestar del centro y norte de Europa (y también podría provocar una gran inflación), mientras que uno alto acabaría con el acceso a materias primas y ocio barato para esos mismos países en los de la periferia. Si hiciéramos lo mismo con respecto a la tributación para personas físicas y empresas, tendríamos un conflicto encarnizado entre Luxemburgo e Irlanda y el resto; y así con otros aspectos.
También hay que tener en cuenta las preferencias geopolíticas de cada país, con una Hungría de Orban que si bien históricamente odian todo lo que huela un poco a la Unión Soviética, ahora mismo es el principal aliado de Putin en Europa por su directa dependencia del gas y petróleo ruso. Mientras, tenemos a Polonia y los países bálticos que tienen el mismo odio a Rusia y su pasado soviético pero lo traducen de forma directa siendo abiertamente belicistas y apoyando los planes y programas de Reino Unido y Estados Unidos desde siempre.
Incluso en la cuestión energética tuvimos un conflicto abierto desde hace años entre Alemania y Francia. Mientras que la primera abogó por cerrar paulatinamente sus plantas nucleares y quedarse con el gas barato de Rusia (que por lo visto iba a ser algo para siempre), Francia defendió su soberanía energética manteniendo la producción nuclear (y, por qué no decirlo, basada en la explotación colonial del uranio de países del Sahel, que ahora se les han puesto en contra). Toda esta discusión se terminó cuando en julio de 2022 (tras solo 5 meses de conflicto en Ucrania y las sanciones económicas a Rusia) la Unión Europea, con la presión precisamente de Francia y Alemania, consideraron como “verdes” a ambas fuentes de energía, equiparándolas con las renovables [3]. La necesidad hace grandes compañeros de camino.
Podríamos plantear que la única unión real podría ser en materia de defensa, que simplificaría mucho todo el proceso y actuaría en lo más acuciante (las supuestas amenazas de una invasión rusa y del abandono de Trump y EEUU de la OTAN). El mantenimiento de un ejército europeo requeriría un marco normativo adecuado para ello y, sobretodo, una inversión mucho más elevada en Defensa que la que hacen actualmente los países europeos. Por otro lado, de poco o nada sirve que países como Estonia, Letonia y Lituania (2º, 3º y 5º países OTAN que más invierten, si quitamos a EEUU) gasten tanto porcentualmente en defensa, habida cuenta su extensión territorial y población; si países mucho más importantes territorial, poblacional y económicamente no aportan en igual medida. Sin ir más lejos, España es el que menos invierte (1,28% del PIB) y hay que contar que dentro de ello la mayor parte se destina a salarios. A esto hay que sumar que todo el entramado militar actual europeo está construido bajo doctrina OTAN y, por lo tanto, con equipo y tecnología de empresas armamentísticas estadounidenses; que habría que suplir con una industria propia para alcanzar una auténtica independencia y esto no se consigue ni en dos días ni, seguramente, con el beneplácito de Washington. Además hay que tener en cuenta la enorme cantidad de bases de EEUU que tenemos en Europa. Por poner un ejemplo, solo en Alemania hay 123 bases del país norteamericano.
¿Y España dónde queda en medio de todo esto? Bueno pues los actores de todo este teatro liberal en nuestro país están más o menos claros: un PSOE simulando una radicalidad en lo discursivo y sociológico que cada vez absorbe más en votos a una izquierda indefinida impotente e incapaz de diferenciarse del partido "progre" original, Vox como representante del trumpismo en España y un PP con sus propias disputas internas entre los más “centristas”, allegados principalmente al conservadurismo y a los republicanos de EEUU (como Aznar, quién lo diría); y los que abogan por comerle la tostada a Vox yéndose más a la derecha en lo discursivo sin renunciar al europeísmo (como Ayuso).
Desde la perspectiva de la lucha de clases, todos son igualmente aborrecibles en cuanto que ningún partido defiende un proyecto socialista que dé suficientes herramientas políticas y económicas al Estado para defender los intereses de la clase trabajadora y de la inmensa mayoría del país. La izquierda indefinida intenta aparentar cierta defensa de la clase trabajadora con la atomización de la misma mediante luchas parciales, al más puro estilo del Partido Demócrata de Estados Unidos (la ideología woke) y siendo liberales coherentes (nada hay sagrado, todo es convertible en mercancía). Por el otro lado, defendiendo lo contrario aunque luego siempre cambian tanto por táctica (Vox odiando a los homosexuales y luego diciendo que son los únicos que los defienden contra el Islam, por ejemplo) como porque el marco normativo del Estado español les limita.
Respecto al Estado, la principal diferencia radica en la defensa del federalismo y de la idea de autodeterminación del PSOE (nunca llevadas a cabo de forma definitiva), así como sus concesiones a los gobiernos e intereses nacionalistas periféricos. Esto último no es exclusivo del PSOE, puesto que el PP también se ha aliado antaño con CiU y PNV cuando lo ha requerido; y Vox, que tanto ha criticado al régimen de las autonomías, medra en gobiernos autonómicos junto al PP sin impulsar ninguna de sus medidas para “destruirlas”. En definitiva, todos operan prácticamente dentro de las mismas coordenadas: Estado liberal burgués con supuesta división de poderes y defendiendo la propiedad privada y los intereses de la burguesía nacional.
Respecto a la geopolítica y los Imperios es donde vemos más diferencias, ya mencionadas anteriormente: PSOE y PP europeístas; Vox trumpista y putinista, defendiendo salirse de la UE (aunque una vez más, en las últimas europeas matizaron, volviendo al “centro” aceptable). En cualquier caso, a todos ellos les une lo mismo: ninguno defiende unos planes y programas que defiendan netamente los intereses de nuestro país y sus habitantes así como su independencia; siempre están a los órdenes de unas élites extranjeras que subyugan nuestro país a intereses de terceros.
Así pues, ¿qué hacer?
El debate que suelo desarrollar con mis allegados se circunscribe también a dos opciones: una abiertamente europeísta y otra (con la que simpatizo mucho más) la que defiende la organización Vanguardia Española, construir la Iberofonía.
La primera tiene como pros que España ya forma parte de esta unión económica y compartimos de forma directa el territorio más cercano, así como una serie de políticas económicas y fiscales (compra de deuda por parte del Banco Central Europeo, el dinero percibido por la política de cohesión, etc…) Todos estos beneficios, a mi parecer, no son sino el impuesto necesario que cobra España por las renuncias que tuvimos que hacer para acceder tanto al mundo “liberal” capitalista tras el 75 como a la Unión Europea, a saber: privatización de una enorme cantidad de industrias nacionales (desde automovilísticas a telefonía, pasando por la petrolera), desmantelamiento de otras industrias (como los astilleros de Cádiz), perder capacidad de producción en el sector primario debido a los cupos y cuotas europeos (arrancamiento de vides y olivos, bajo subvenciones, por ejemplo), privatización continua del suelo y los servicios públicos (que continúan, por supuesto), perder la capacidad de controlar e imprimir nuestra propia moneda y ya en la memoria más reciente el rescate bancario tras la Crisis de 2008 (haciendo pública una deuda privada) y la imposición de la infame reforma del artículo 135 de la Constitución y de la austeridad. Percibimos subvenciones para mantener un Estado, que es un resort de vacaciones, porque nos quitaron las herramientas para sustentarnos por nosotros mismos. No son ayudas europeas, es lo que el amo daba al esclavo para que pudiera continuar viviendo y reproduciendo su fuerza de trabajo.
Entonces, la construcción a marchas forzadas de esta Unión Europea más “independiente” de Estados Unidos en realidad no deja a España en buen lugar o, al menos, no hay visos de que vaya a haber ningún cambio. Es más, las aperturas de fábricas más sonadas en los últimos años en nuestro país se deben a inversiones de capitales chinos, no europeos (por supuesto para saltarse aranceles y otros impuestos de la UE, no porque los chinos nos tengan cariño, pero ya crean más empleos en industria que nuestros “aliados” y hay que recordar que el principal socio comercial de España es China).
Por todo lo relatado a lo largo de este texto, para mí la opción europea es tanto inviable como indeseable.
La otra opción, sin embargo, tiene enormes dificultades pese a la enorme cercanía cultural e histórica que tenemos los distintos países iberófonos. Para empezar, es una alternativa que no está en la mayoría no solo de la población de esos países, sino de sus dirigentes, quienes mantienen sus propias luchas parciales, regionales o directamente haciendo seguidismo del mundo anglosajón (y hablo especialmente de Hispanoamérica); y no faltan quienes remueven cierto rencor histórico hacia España por fines puramente políticos y cortoplacistas (y esto da para otro artículo o vídeo completo, pero recomiendo consultar el abundante material que tiene sobre esto el politólogo Santiago Armesilla).
El otro argumento de peso, aunque lo considero relativo, es que estos países tienen desarrollos económicos muy dispares o menores en comparación con la Unión Europea. Esto a día de hoy es totalmente inaceptable si tenemos en cuenta que dentro de esta Iberofonía hay países como Brasil que es la 9ª economía mundial y a punto de adelantar a Italia, México la 12ª y España la 15ª. Pero y sobretodo, lo más importante tienen tres cosas fundamentales que no tienen los países de la Unión Europea: territorio, población y recursos extremadamente valiosos. Que países tan ricos no estén mucho más arriba en el ránking de PIB no creo que haga falta explicarlo a las alturas en las que estamos y, precisamente, las continuas agresiones del mundo anglosajón y especialmente EEUU son otro gran motivo por el que deberíamos unirnos. Esto, sin embargo, no quita razón a que haría falta mucha inversión de tiempo y trabajo (capital) para desarrollar suficientemente las fuerzas productivas en todos estos países, incluyendo además a Guinea Ecuatorial y otros territorios tanto en África como Asia (Filipinas); y, por otro lado, cabe la pregunta legítima desde los países de estas otras latitudes: ¿qué podría(n) aportar España (y Portugal) a esta unión iberófona?
Visto todo lo anterior, volvemos a una pregunta tan trascendental que por sí sola valió para titular un libro del mismísimo Lenin: ¿qué hacer?
Pues ser materialistas políticos, maquiavélicos (en el buen sentido de la palabra), e ir luchando para hacernos valer y defender nuestros intereses y tender puentes en ambas direcciones. Actuar como Erdogán de Turquía, un tipo al que detesto en lo personal e ideológico, pero del que admiro el manejo de la política y la geopolítica y que está consiguiendo hacer del país un hegemón regional (e insisto, odio lo que hace, como hacer caer Siria). España debe luchar por conseguir cada tratado que le sea beneficioso a cada lado del Atlántico, buscando crear esa unión Iberófona mediante organismos supranacionales y tratados de comercio por si este polvorín llamado Europa vuelve a detonar tanto por contradicciones internas como presiones externas; y seguir utilizando los recursos de la Unión Europea, pero para crear industrias e infraestructuras (por ejemplo, hay que imponer que la UE financie de una vez el Corredor Mediterráneo, la unión del Puerto de Algeciras con el resto de Europa). Si la UE no quiere ayudarnos en inversiones que mejoren nuestro desarrollo productivo y tecno-científico, habrá que buscar otros socios más interesantes, bien sea China o cualquier otro.
Por último, nos faltaría la cuestión de la OTAN, alianza militar a la que ya pertenecemos y por la que tenemos bases estadounidenses en nuestro territorio; la supuesta alianza militar europea (que quieren impulsar países como Francia) o, por qué no plantearlo, una futura alianza militar con los países de la Iberofonía.
En este punto hay que actuar exactamente de la misma manera. Ante la disyuntiva de “OTAN sí” u “OTAN no”, lo que hay que plantearse es si la propia OTAN nos sirve ahora y, teniendo en cuenta que Ceuta y Melilla no entran dentro del artículo 5 del Tratado y son nuestros territorios más amenazados; en vez de debatir a secas “sí” o “no”, habría que enfocar el debate de manera que podamos sacar beneficios para nuestros intereses: si la OTAN no reforma el Tratado para que entren Ceuta y Melilla, debemos fomentar otras alianzas militares que sí se comprometan a ello y amenazar con la salida de la Organización; entonces, con una salida bien preparada y si no se atienden a nuestros intereses, abandonar la OTAN. No pueden valernos las medias tintas en algo existencial para nuestro territorio [4].
De igual manera debemos ver esa alianza militar europea, ¿va a defender nuestros intereses más estratégicos y vitales? En ese caso podemos entrar a negociar y, a la vez, que esta negociación nos sirva para hacer presión en la primera, como ya he relatado.
Y respecto a una posible alianza militar con otros países iberófonos, podemos empezar con el apoyo a las reivindicaciones de Argentina sobre las Malvinas, Cuba sobre Guantánamo y Venezuela sobre el Esequibo; para que estos países pudieran respaldar nuestras pretensiones sobre Gibraltar. Esto, claro está, una vez aseguremos nuestra frontera sur porque a nadie debe caberle duda alguna que ante estas maniobras por nuestra parte ya se encargarían los Estados Unidos y Reino Unido de jalear a Marruecos contra las dos ciudades autónomas. ¿Ciencia ficción? Marruecos es ya el socio preferente de Estados Unidos en la región como publicó el propio CESEDEN (Centro Superior de Estudios de la Defensa Nacional) del Ministerio de Defensa el año pasado.
Para concluir, todo lo expuesto y debatido se basa tanto en un análisis material como histórico y político de la situación europea y española y para salir de esta encrucijada de manera airosa debemos empezar por el primer paso: tener un proyecto político propio que defienda netamente los intereses de la clase trabajadora española, convertida en clase nacional a través de un proyecto socialista. Para ello, debemos ser capaces de navegar en un mundo que está en riesgo de colapso (“Occidente”) y buscar la creación de alianzas estratégicas con países iberófonos mientras tácticamente nos servimos de la Unión Europea.
“Todo es caos bajo las estrellas, la situación es excelente” -
Mao Zedong
- Si la propuesta de paz para Ucrania a marchas forzadas de Donald Trump fracasa, principalmente porque no consiguen ofrecer todo lo que Rusia ha demandado, o porque Moscú considera que puede conseguir mucho más mediante la vía armada lenta y consistente que está llevando; podría ser súper interesante las dinámicas centrífugas y de conflictos que podrían darse en las fuerzas de la alt-right europeas, enfrentadas ahora por el conflicto entre sus principales valedores y patrocinadores.
- También hemos visto cierto viraje al “centro” (y quiero destacar mucho las comillas) de la “ultra” Meloni, quien tuvo un gran discurso anticolonialista hace un par de años o ahora con sus leyes contra los feminicidios o la mutilación genital femenina (criticadas también por el progresismo en su continua búsqueda de conflicto); aunque Meloni es un punto y aparte en la llamada extrema derecha europea, al desvincularse de los trumpistas de Patriotas por Europa, coalición a la que sí pertenece la Lega de Salvini. También se ha hecho el camino contrario con Bruselas apoyando las medidas de la presidenta italiana en materia de inmigración y asumiéndolas como propias (como hemos ido viendo, al final solo existe el “extremo centro”).
- Como sabemos, pocos meses después Estados Unidos saboteó el Nord Stream, en 2023 Alemania clausuró su última central nuclear y ahora están cerrando fábricas y con una enorme inflación porque no tienen manera de conseguir energía barata.
- Hay cierto debate de que podría convocarse el artículo 4 del Tratado de la Organización, sobre el cual los aliados podrían intervenir igualmente en Ceuta y Melilla. Pero honestamente, tener que depender de los intereses de una miríada de países y de la coyuntura política del momento (que ciertos gobiernos te apoyen o no) no es garantía de nada, incluso cuando ni siquiera lo es que esté explicitado. Si no, que se lo digan a Dinamarca con respecto a Groenlandia y las pretensiones de anexión de la isla por parte de Donald Trump.
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