El inicio del mandato de Donald Trump está siendo extremadamente intenso, con medidas orientadas tanto a terceros países como al suyo propio.
En la esfera internacional tenemos la ofensiva orientada a unificar el norte del continente americano o, al menos, a situarlos de forma bien disciplinada bajo su bota. Así se enmarcan medidas como la de los aranceles a Canadá y México bajo el pretexto del fentanilo (y, sin embargo, nunca persiguen con la misma intensidad a los narcos en su territorio o crean programas sociales para las personas afectadas); y la agresiva oferta de tomar bajo control estadounidense Groenlandia, ya sea mediante compra u “otros mecanismos”. Ya hemos visto que lo de México ha sido más bien un medio para que el país hispano acepte deportaciones y vigile las fronteras, pero veremos hasta dónde puede escalar el asunto.
También se ha levantado la liebre del interés en detener el conflicto armado en Gaza por parte de la administración de Trump, que sin haber llegado al poder forzó a Israel a aceptar un alto el fuego bajo las condiciones que ya se había propuesto en julio del año pasado. Tras el enfado de la parte más fascista y radical del gabinete de Netanyahu (ya de por sí fascista y radical), ahora solo tienen elogios y aplausos tras la intervención de Trump en el territorio ocupado ilegítimamente por Israel: desplazar a la población gazatí superviviente a Jordania y Egipto y reconstruir toda Gaza bajo la administración de Estados Unidos para crear básicamente una región hotelera de lujo (la “Riviera” maya del Mediterráneo). Egipto y Jordania ya han rechazado la idea y la República Popular China se ha manifestado frontalmente en contra; y Hamás, la principal facción política en Gaza y que ha liderado la resistencia contra el genocidio palestino por parte de Israel ha dicho también que “Gaza no es una propiedad” que se pueda comprar o vender.
Como vemos, Trump está decidido a lanzar un inmensísimo órdago a todo el mundo y lo hace de forma rápida como si fuera una Blitzkrieg política. Esto daría la razón al politólogo Santiago Armesilla que teoriza que, siendo este el último mandato al que podría presentarse el actual presidente (salvo cambio constitucional); tiene prisa por conseguir cuantos objetivos se haya marcado en los dos primeros años de su legislatura, puesto que en los siguientes no sabrá si contará con la misma mayoría en Senado y Congreso y, sobretodo, quizás no tenga tiempo para seguir implementando sus políticas.
Sin embargo, tras este breve repaso a otras cuestiones y tratar de enmarcar y razonar el comportamiento agresivo de Donald Trump; procedamos a hablar de otras de las medidas que ha tomado recientemente: el cierre de la USAID (Agencia de Desarrollo Internacional de Estados Unidos, por sus siglas en inglés).
Los argumentos por los que la administración estadounidense quiere desmantelar la USAID son que: 1. se destinan demasiados recursos para terceros países, 2. se gastaba mucho dinero en cosas “innecesarias” como (y cito) programas sobre derechos humanos, identidad de género, comunidad LGTBIQ+, cambio climático y 3. subvencionar a medios tanto nacionales (como Político) como extranjeros (la mayor parte de los medios de comunicación de Ucrania a favor del actual régimen de Kiev, por ejemplo).
Visto esto, uno debe hacer la lectura correcta de que la medida pese a suponer un ahorro del gasto público estadounidense tiene mucho más traslado y significado en política exterior que interior. Y, también, cabe plantearse si estos argumentos de Trump son ciertos.
Si nos atenemos a la descripción de la propia USAID (solo he podido consultar el archivo de la página que abarca desde 2017 a 2021 porque la actual está cerrada), es “la principal agencia de desarrollo internacional del mundo y un actor catalizador que impulsa los resultados del desarrollo. El trabajo de USAID promueve la seguridad nacional y la prosperidad económica de Estados Unidos, demuestra la generosidad estadounidense y promueve un camino hacia la autosuficiencia y la resiliencia de los receptores”.
Como bien se sabe, para que una mentira sea creíble siempre tiene que contener una parte de verdad y la verdad en el párrafo anterior viene cuando habla de promover la seguridad nacional y prosperidad económica de Estados Unidos. Y, por supuesto, la USAID ha tenido una función mucho más siniestra y fría que mostrar la generosidad de nadie.
Lo más grave y que por sí mismo basta para quitarse la venda de los ojos (si se tuviera) sobre la historia de esta agencia, es la demostrada relación de colaboración con la CIA en toda Iberoamérica desde 1983 a través de la “National Endowment for Democracy”: una supuesta sociedad sin ánimo de lucro para “promover la democracia”, implicada en muchos de los golpes de Estado que se han producido en la región.
Mientras que en el diario El País se la describe de la siguiente manera: “Fundada en 1961 por la Administración del demócrata John F. Kennedy, la USAID nació con la misión de invertir miles de millones de dólares al año en programas para combatir la pobreza, la erradicación de distintas enfermedades, luchar contra el tráfico de personas y la promoción de la democracia liberal a nivel internacional, entre muchos otros programas.” [1]
La verdad es que en realidad es un poder blando (como la propia congresista demócrata Ilhan Omar ha reconocido en un tweet posicionándose en contra de la agencia) que nació con el fin de frenar la expansión del socialismo en América del Sur y central mediante el desarrollo económico como teorizaba Walter Rostow; poder blando (y mucho más duro cuando ha sido necesario) que ha promocionado la agenda política de Estados Unidos alrededor del mundo antes que servir como una fuente de ayuda e independencia a los pueblos.
Fue la USAID quien financió a los opositores venezolanos en el enésimo golpe de Estado en Venezuela de 2019, cuando Juan Guaidó se autoproclamó presidente interino de Venezuela; esto no lo digo yo, viene en la propia página de la USAID, donde se detalla que entre 2017 y 2019 destinaron más de 437 millones de dólares (de un total de 656 millones que entregó Estados Unidos) para “abordar la crisis causada por Maduro”. Ese dinero sirvió para regar a los países de alrededor de Venezuela con subvenciones por un total de 279 millones (sus “socios humanitarios”) y por 128 millones a “organizaciones sociales” y “ayudar al gobierno interino”. Antes de eso, también intentaron golpes de Estado contra Hugo Chávez.
Ante la reciente noticia del cierre de la USAID, Gustavo Petro ha criticado que la organización pagaba a personal de la frontera colombiana: es decir, un país extranjero pagaba dividendos de forma opaca a funcionarios de Colombia. También se sabe que en 2010 financiaron a organizaciones asentadas en Miami para que a través de redes sociales alentaran una primavera cubana para crear conflictos en la isla y derrocar al régimen socialista.
Y esto es solo por citar algunas de las actuaciones más recientes de la supuesta organización humanitaria, cuyo cierre ha sido precisamente aplaudido por diversos gobiernos hispanoamericanos como el del ya citado Petro, Sheinbaum e incluso Bukele.
Añadido a lo anterior, hay que decir que es cierto que la USAID financiaba a medios de comunicación de todo el mundo para que sus líneas editoriales fueran afines a los intereses de la Casa Blanca, aunque lo vendan como promover y defender la prensa libre (lo cual no puede ser una afirmación más cínica). Ejemplo de ello es el que ya he mencionado donde 9 de cada 10 medios de información ucranianos estaban directamente financiados por la USAID, suponiendo en algunos de ellos como slidstvo.info hasta el 80% del presupuesto. Esto es solo en Ucrania, pero la USAID había financiado en 2023 a 6.200 periodistas y 707 medios de comunicación “no estatales” (es decir, privados), como los 1,5 millones de dólares destinados a “reconstruir el ecosistema mediático cubano”.
Ya en el último punto, sabemos que la Agencia se había dedicado a financiar diversos programas como 7,9 millones de dólares en Sri Lanka para “eliminar el lenguaje binario de género”, 2 millones en programas de “cambio de sexo” y “activismo LGTB” en Guatemala, 500.000 dólares para “empoderar a las mujeres” en Israel, los cacareados 47.000 dólares para financiar una ópera trans en Colombia y otros muchos también enfocados a cambio climático y Agenda 2030 (puede encontrar un amplio listado aquí).
Que una persona considere estos programas como un “gasto innecesario” dependerá evidentemente de su sesgo u orientación política, pero hay dos cuestiones que son indudables. La primera es que todos estos programas tienen un corte eminentemente liberal (lo que se denomina woke) y que concuerdan ideológica o geopolíticamente con los intereses de una élite en particular de Estados Unidos: en el primer orden la idea de género y transexualidad idealista y autodeterminista y en el segundo las políticas sobre cambio climático que intentan frenar o impedir un desarrollo industrial en los países en vías de desarrollo. En estos tiempos por desgracia hay que aclarar que lo dicho no quiere decir que uno esté en contra de la igualdad entre hombres y mujeres, del respeto a las diferentes orientaciones sexuales y del cuidado a la naturaleza. De lo que estoy en contra es de la versión cínica, liberal y su uso político desde la visión liberal y capitalista.
La segunda es que todo lo anterior en su conjunto era una maquinaria perfecta de integración (y subordinación) ideológica de terceros países o parte de sus poblaciones a una visión alineada con los intereses de las élites de Estados Unidos, en concreto, de la financiera global demócrata, pero también de los republicanos durante sus correspondientes gobiernos. Una maquinaria con tentáculos en todas partes y que enmascaraba perfectamente sus actividades detrás del secretismo o del disfraz de la “ayuda humanitaria”. Una maquinaria que cuando la integración ideológica no bastaba, era capaz de recurrir al último recurso en política: la fuerza de las armas financiando grupos golpistas o separatistas en los países que no asumen el discurso de Washington.
Así, cabe preguntarse, ¿por qué Donald Trump (porque dudo que la decisión dependa solo del mequetrefe de Elon Musk) permite cerrar este brazo ideológico de Estados Unidos?
La respuesta fácil es la que su administración está utilizando: que la USAID financiaba programas “woke”, “globalistas” o alineados con la Agenda 2030; y, por ello, son gastos ‘ideológicos superfluos’ que debe ahorrarse la administración pública estadounidense. Pero precisamente por fácil y simple es absurda. Esto no es sino un discurso a la interna para sus simpatizantes porque ¿no sería posible que la administración Trump eliminara todos esos programas de un plumazo y los cambiaran por otros de su conveniencia y orientación política? ¿Hay mejor dinero invertido por un Estado tan imperialista como el estadounidense que la subyugación ideológica de terceros países?
Dicho esto resultará aún más difícil de comprender que Trump tome esta medida y lo que yo teorizo que esconde son razones mucho más profundas, que tienen que ver con los intereses de clase de unas nuevas élites que se han alineado con Donald Trump y con la comprensión por parte de este (desde hace tiempo) que la comunicación política se desarrolla en otros espacios que no son los medios de comunicación tradicionales.
Elon Musk ha sido uno de los principales aliados del actual presidente de Estados Unidos no solo durante la última campaña, sino desde que adquirió Twitter (ahora X); compra que le supuso una enorme pérdida de dinero pero que le dio como ya sabemos un enorme y gigantesco megáfono para que esta ‘nueva derecha’ pueda propagar y extender sus mensajes sin filtros. La verdad no importa nada y la muestra más evidente de esto es el cínico nombre de la red social propiedad de Trump (“TRUTH”, verdad en inglés). Ahora se ha unido hincando la rodilla Mark Zuckerberg y Google también empieza a mostrar signos de plegamiento a la voluntad de la nueva administración.
Así, lo que se está produciendo es la privatización de la maquinaria de propaganda estadounidense; una jugada que se vende como ahorro del erario público pero que en realidad es un entreguismo a los billonarios digitales (los “señores tecnofeudales” según términos de Yanis Varoufakis) que quizás estoy exagerando, pero podrá tener tanto impacto como la entrega del control de la moneda a los bancos privados a la Reserva Federal. Me permito hacer esta comparación porque destruir la USAID y otros medios que podrían venir después para que un gobierno estadounidense que no esté alineado con estos billonarios es dejarlo totalmente desarmado en materia de propaganda y difusión de información.
En las redes sociales de esta élite digital los mensajes que se propagan son los que ellos quieren no tanto por censura directa, sino porque jugarán constantemente con sus algoritmos, los millones de perfiles fake y bots que amplifican las ideas deseadas y otras técnicas como el shadowbanning de mensajes y creadores de contenido indeseables, cuando no el cierre directo de dichas páginas (como la de geopolítica “Fidelista por Siempre”). Todo ello además, sin que el público pueda hacer un reclamo a una entidad que, al ser privada, no tiene por qué ser ni justa ni cumplir con ningún tipo de criterio ético o apartidista aunque fuera siquiera formal y por aparentar: estas redes ‘sociales’ son espacios privados donde debes aceptar sus términos y condiciones y, si no te gustan, solo te queda irte. Son cotos y cierres (‘enclosures’) al nuevo espacio digital que la humanidad acaba de crear recientemente, al igual que el capitalismo ya puso cercamientos a las tierras, mares y espacios aéreos.
Por otro lado, como ya he dicho, Trump y todas estas élites saben que el ciudadano medio estadounidense ya no se fía de los medios de comunicación tradicionales: según una encuesta de GALLUP de 2024, solo un 31% considera que transmiten las noticias de forma justa e imparcial “en gran medida o justa”, mientras que un 33% considera que “no mucho” y un 36% que “en absoluto”; y no se nos escapa que para llegar a ese 31% han agrupado dos pareceres. En base a esto, Donald Trump articuló toda su campaña centrándose mucho más en redes sociales, podcasts y entrevistas con influencers; y cada vez más personas (entre las que me incluyo) recurrimos a medios de información alternativos (las plataformas digitales, canales de Telegram, etc.) ante la evidente crisis de los medios de comunicación privados que tan solo hacen de correa de transmisión de los intereses de las élites capitalistas internacionales y nacionales y del extremo centro ideológico liberal que impera en todos los países “occidentales” (donde se varía entre una izquierda como Podemos o SUMAR y la derecha de Vox, pero que en el fondo ninguno cuestiona a grandes rasgos los principales elementos de la ideología capitalista liberal burguesa).
Quedaría por atar el cabo de los planes y programas para influir en terceros países mediante ayudas supuestamente humanitarias, pero vemos que Trump va a optar por una economía y política mucho más proteccionistas (en contra de todos los liberbobos que le aplauden acríticamente, empezando por el cipayo de Milei) y recortando en la medida de lo posible el gasto exterior de Estados Unidos; salvo actuaciones donde directamente pueda sacar provecho económico y/o geopolítico, como las mencionadas al inicio.
Esto nos marca dos líneas de actuación que deberíamos emprender tanto desde España, pero como país aislado carecemos de toda fuerza; como desde posibles alianzas, siendo la preferente para mí con otros países iberófonos aunque estemos dentro de la Unión Europea.
La primera de todas sería hacer lo que ya hace China desde hace años, aunque ha sido extremadamente criticado desde los “países libres de Occidente” (cuando esto en realidad significa Estados Unidos de Norteamérica y sus colonias): censurar y cerrar el espacio digital de nuestra nación a todas las redes sociales estadounidenses. No podemos regalar no solo nuestro espacio digital a potencias extranjeras, sino permitir que influyan de manera directa en nuestra población, especialmente más joven, para que los sometan ideológicamente a unos intereses que no son ni los de la clase trabajadora ni los de nuestras naciones. La censura es un ‘arancel’ a las ideas y no deja de ser proteccionismo en el plano intelectual y ya vemos que los cínicos defensores de la “libertad de expresión” no han dudado en usarla tanto con plataformas chinas como con los medios de comunicación rusos. No ver esto es una gran torpeza política o porque se está completamente alienado por el discurso hegemónico estadounidense. Debemos crear espacios digitales propios que nos permitan combatir todo lo anterior y que, encima, generen empleos, conocimiento y tecnología en nuestro país.
La segunda es que Trump no ha tenido quizás en cuenta una de las máximas en política y es que el poder no acepta el vacío. El espacio que deja Estados Unidos en diversos países no solo con el cierre de la USAID, sino con el abandono de organizaciones como la OMS, la URNWA y el Tratado de País crea las condiciones perfectas para que otras potencias (principalmente China y el resto de los BRICS) puedan ocupar ese espacio y seguir extendiendo su influencia y la simpatía hacia sus planes y programas en todo el globo. También deberíamos aprovechar para crear potentes lazos entre todos los países Iberoamericanos, España y Portugal; que podrían realizarse mediante ayudas al desarrollo pero sobre todo en base a acuerdos económicos, políticos y hasta militares.
Para todo lo anterior deberíamos tener la dignidad primero y la voluntad después, de crear nuestro propios programas y planes en materia geopolítica: tener una agenda propia para dejar de ser una colonia a través de la OTAN y la Unión Europea, orientada a tejer alianzas que nos permita un desarrollo económico, técnico e industrial para tener fuerza y voz propia. Porque las ideas, por muy fuertes, verdaderas y bondadosas que sean; se deben financiar con recursos, como nos ha enseñado la USAID durante 64 años.