jueves, 11 de febrero de 2016

Je suis Charlie y los titiriteros


Hace apenas un año de la matanza de Charlie Hebdo, a la cual nuestro presidente y Gobierno respondieron con una solidaridad inflexible, como no puede ser de otra manera. “Je Suis Charlie”, pronunciamos todos y corrieron ríos de tinta a favor de la libertad de expresión y de que no se podía silenciar la sátira, aunque ofendiera a ciertos colectivos, como debe ser.

Sin embargo, un año más tarde tenemos a dos personas de nuestro país presas de manera incondicional por un supuesto delito de enaltecimiento del terrorismo, por representar una obra en la que se criticaba, entre otras cosas, la criminalización de la protesta mediante la manipulación de los hechos por las fuerzas del Estado.

Denuncia social que se ha demostrado totalmente cierta, puesto que la están sufriendo en sus propias carnes.

Aluden a un minúsculo y ridículo cartel que ponía “Gora Alka-ETA”, cuya intención era señalar precisamente esta demonización esperpéntica, absurda y sobredimensionada que sufre toda aquella persona que cuestiona el sistema imperante o alguno de sus pilares (véase la monarquía, el sistema de partidos, la Unión Europea y la Troika, etc…). Y, por desgracia, parece que de momento se están saliendo con la suya.

En la política habitual, por desgracia, no se trata de defender la verdad o la justicia (o al menos intentarlo), sino de ganar a toda costa. Ganar y destruir a tus adversarios. Sólo así se explica la doble vara de medir que utiliza el Partido Popular dependiendo del lado de los Pirineos en el que se encuentre.

Y para ganar hay que disputar esa palabra tan manida últimamente que es la hegemonía; es decir, el dominio cultural, el dominio sobre decidir cuáles son los valores e ideales de la población de un país, qué es políticamente correcto, qué se puede decir y, definitivamente, quienes son los buenos y quienes son los enemigos.

De esta manera, hay que denunciar también las tibias reacciones de algunos sectores progresistas o de izquierdas, cuando lo que nos estamos jugando son Derechos fundamentales y el tener la suficiente fuerza en la sociedad como para defenderlos.

No podemos dudar ni un instante en estas cuestiones, puesto que los que tenemos enfrente (los que nos desahucian, los que privatizan nuestra salud y nuestra educación, los que nos destinan a la precariedad más absoluta); es decir, los que más deberían callar, los corruptos e inhumanos, no tienen el más mínimo complejo. Ni del tamaño de un comino.

Así, mientras la extrema derecha nacionalcatólica y neoliberal defendió la libertad de expresión cuando se criticaba a Mahoma, símbolo del enemigo, de los extremistas musulmanes; no ha permitido ni por un instante que se critiquen los métodos violentos del Estado para perpetuarse ni que se ironice con uno de esos relatos que tantos réditos electorales le da: la ETA.

Y es que no hay nadie que falte más al respeto a las víctimas de ETA que estos señores, que mercantilizan el dolor de las mismas con fines ideológicos y partidistas, que ridiculizan los asesinatos y la memoria cada vez que declararan que “todo es ETA”.

Definitivamente no, no podemos permitir que se imponga el relato de quien mira el guiñol en el ojo ajeno y no ve la viga en el propio. ¿Que sí condenamos los actos terroristas que matan a inocentes? Sí, ahora y siempre. Pero también condenamos el terrorismo de Estado que los encarcela o los mata de hambre, ése del cual ustedes hacen apología cada día, cada hora.


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