Hace apenas un año de la matanza
de Charlie Hebdo, a la cual nuestro presidente y Gobierno respondieron con una
solidaridad inflexible, como no puede ser de otra manera. “Je Suis Charlie”,
pronunciamos todos y corrieron ríos de tinta a favor de la libertad de
expresión y de que no se podía silenciar la sátira, aunque ofendiera a ciertos
colectivos, como debe ser.
Sin embargo, un año más tarde
tenemos a dos personas de nuestro país presas de manera incondicional por un
supuesto delito de enaltecimiento del terrorismo, por representar una obra en
la que se criticaba, entre otras cosas, la criminalización de la protesta
mediante la manipulación de los hechos por las fuerzas del Estado.
Denuncia social que se ha
demostrado totalmente cierta, puesto que la están sufriendo en sus propias
carnes.
Aluden a un minúsculo y ridículo
cartel que ponía “Gora Alka-ETA”, cuya intención era señalar precisamente esta
demonización esperpéntica, absurda y sobredimensionada que sufre toda aquella
persona que cuestiona el sistema imperante o alguno de sus pilares (véase la
monarquía, el sistema de partidos, la Unión Europea y la Troika, etc…). Y, por
desgracia, parece que de momento se están saliendo con la suya.
En la política habitual, por
desgracia, no se trata de defender la verdad o la justicia (o al menos
intentarlo), sino de ganar a toda costa. Ganar y destruir a tus adversarios.
Sólo así se explica la doble vara de medir que utiliza el Partido Popular
dependiendo del lado de los Pirineos en el que se encuentre.
Y para ganar hay que disputar esa
palabra tan manida últimamente que es la hegemonía; es decir, el dominio
cultural, el dominio sobre decidir cuáles son los valores e ideales de la población
de un país, qué es políticamente correcto, qué se puede decir y,
definitivamente, quienes son los buenos y quienes son los enemigos.
De esta manera, hay que denunciar
también las tibias reacciones de algunos sectores progresistas o de izquierdas,
cuando lo que nos estamos jugando son Derechos fundamentales y el tener la
suficiente fuerza en la sociedad como para defenderlos.
No podemos dudar ni un instante
en estas cuestiones, puesto que los que tenemos enfrente (los que nos
desahucian, los que privatizan nuestra salud y nuestra educación, los que nos
destinan a la precariedad más absoluta); es decir, los que más deberían callar,
los corruptos e inhumanos, no tienen el más mínimo complejo. Ni del tamaño de
un comino.
Así, mientras la extrema derecha
nacionalcatólica y neoliberal defendió la libertad de expresión cuando se
criticaba a Mahoma, símbolo del enemigo, de los extremistas musulmanes; no ha
permitido ni por un instante que se critiquen los métodos violentos del Estado
para perpetuarse ni que se ironice con uno de esos relatos que tantos réditos
electorales le da: la ETA.
Y es que no hay nadie que falte
más al respeto a las víctimas de ETA que estos señores, que mercantilizan el
dolor de las mismas con fines ideológicos y partidistas, que ridiculizan los
asesinatos y la memoria cada vez que declararan que “todo es ETA”.
Definitivamente no, no podemos
permitir que se imponga el relato de quien mira el guiñol en el ojo ajeno y no
ve la viga en el propio. ¿Que sí condenamos los actos terroristas que matan a
inocentes? Sí, ahora y siempre. Pero también condenamos el terrorismo de Estado
que los encarcela o los mata de hambre, ése del cual ustedes hacen apología
cada día, cada hora.
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