Aún recuerdo cuando compré mi primer coche hace 35 años.
Antes de eso, el único medio de transporte que había
conocido durante décadas era un carro tirado por un burro que me llevaba más
por dónde que el quería, que por donde yo deseaba; por terribles caminos áridos
y pedregosos.
Por fin llegó la oportunidad, y me compré un pequeño
utilitario; discreto, que no hizo mucho ruido, y la verdad, es que no recuerdo
mucho de él ni de esa época, excepto a que por fin salí a una carretera de
verdad; aunque quizás no por los caminos que yo hubiera elegido, pero bueno,
hice caso a los carteles que había por el camino.
Poco me duró ese cochecito, y de repente me decidí por algo
más moderno, un "Escarabicho" de esos que siempre habían llevado los
hippies. Y al principio muy bien, todo muy bonito: me sentía por fin adecuado a
mi época, moderno, como los demás coches que transitaban por esta moderna
carretera.
Fue el coche que más me ha durado desde luego, pero me
empezó a oler a chamusquina: se le empezaban a caer partes del coche de
repente, no muchas, pero algunos de los elementos del chasis se iban al garete
y por el espejo retrovisor podía ver como los chatarreros hacían buen uso de
ellos.
El vendedor me aseguró que eso era normal, que en seguida
iba a notar que el coche iba a ir mucho más ligero. Nada más lejos de la
realidad.
Pese a que evidentemente pesaba menos, notaba yo que el
motor se atascaba, y cada vez más y más, hasta que el coche no llegaba ni al
mínimo de velocidad recomendado para circular por ese tipo de vía.
Además, justo en una crucial decisión, cuando yo me negué a
coger cierto desvío a la autovía (en teoría, mucho mejor); el volante se negó a
responderme y me engañó, obligándome a pasar a ese tipo de vía, para la que no
estaba preparado.
Entonces, decidí cambiar de nuevo de coche, ahora un
flamante descapotable, que según me aseguraron los vendedores me haría sentirme
feliz.
Y parecía que sí: qué velocidad, qué acelerones. Me sentía
el rey de la carretera, y se volvieron a caer muchos pedazos de la parte
exterior del coche, igual que con el anterior, pero esta vez no me importó,
porque noté una gran mejoría en el motor. Eso sí, extraño, creo que volvía a
escuchar los rebuznos de mi antiguo carro, pero no les presté importancia.
Al poco tiempo, me ofrecieron que cambiara el combustible
del coche, que era el combustible con el que circulaban los números uno, y que
pasara a la autopista, que pese a los peajes, era la vía que me permitiría
mucha más velocidad.
Y así, lo hice, pero para poder pasar a la autopista, me
obligaron a deshacerme de aún más partes del coche, como los airbags, los
cinturones y otras cosas que, según ellos, "no me haría falta al circular
por la vía más segura".
Eso sí, todo iba bien, pero este coche gastaba mucho,
muchísimo combustible; y era espantoso el humo que soltaba, tanto que incluso
llegó a afectar gravemente mi salud. Tal era el gasto que hacía de combustible,
que me tuve que juntar con otros dos conductores a asaltar gasolineras a la
fuerza.
Y no fue hasta que me dispararon y salí herido, que no me dí
cuenta del terrible error que había cometido.
Por fin, decidiendo dejar atrás esa delictiva y contaminante
vida, volví a lo moderno, pero esta vez un "Nuevo Escarabicho"; más
actual, preparado para circular por todos los países del mundo. Cosa extraña, los
del concesionario del descapotable me dijeron que habían sido los del
concesionario del "Escarabicho" los que me habían disparado.
Y ahí iba yo, cargado de buenas intenciones, recogiendo
autoestopistas, repartiendo folletos por los parques... y aún así el coche
tiraba de lo lindo, aparentemente contaminando menos porque me habían puesto un
refrescante olor a pino en el interior.
Todo parecía ir bien: el coche funcionaba, yo era feliz y no
echaba de menos los desvíos que tanto me hacían dudar de las otras carreteras,
pagaba mis peajes cuando debía hacerlo y repostaba siempre que podía, porque
había gasolineras para todos y a muy muy buen precio.
Pero llegó un terrible día: las gasolineras debían cerrar, y
sólo se mantendrían unas pocas. Los dueños de la autopista me dijeron que si
quería encontrar combustible a partir de ahora, y tener dinero para pagar los
peajes, debía eliminar la mayor parte del chasis, comprar la mínima gasolina
posible y ponerme un GPS que ellos me daban y que me indicaría por dónde debía
seguir. En caso de no hacerle caso al GPS podrían ocurrir cosas terribles.
Pues todo se acabó ahí: pasaba frío por haber vendido el
chasis, el GPS se ponía a gritarme como loco al mínimo giro, el motor se me
empezaba a atascar de nuevo, como con mi antiguo "Escarabicho". Y
empecé a tener varios porrazos que casi me matan, por haber vendido los
sistemas de seguridad, pero según los dueños de la autovía el problema era que
aún no había vendido bastantes partes del coche. Lo único que recordaré con
agrado de aquella época fueron algunos autoestopistas en apuros que recogí en
el camino.
Con el motor ahogado, y en un coche prácticamente desnudo,
añoré aquellos días en los que era el rey de la carretera, y decidí volver a
comprar un descapotable.
Los primeros kilómetros fueron como los que yo recordaba,
pero no acaba ni de salir del concesionario cuando me desmontaron el coche
prácticamente entero, dejándome el motor, el suelo, las ruedas y el volante; me
pusieron un GPS con bloqueo de la dirección y una radio que, pese a todo, era
muy optimista.
El motor estaba hecho una mierda, lo cual no podía entender
porque, ¿no me había comprado un descapotable? Y ahora sí, a esa baja
velocidad, podía oír claramente los rebuznos de mi antiguo carro que salían de
este coche.
No bien había llegado a repostar a la primera gasolinera, me
dijeron que mi situación era imposible, y que o me pasaba a una pista especial
dónde podían seguir mis movimientos, o me ponían a un conductor al volante.
Y aquí estoy, en una pista circular dando vueltas en el
mismo sitio, siempre en el mismo sentido; pagando un ojo de la cara cada vez
que quiero repostar y cada vez vendiendo más y más piezas de mi coche para
poder seguir adelante. A veces vislumbro una salida de la pista, pero ya no da
para la autopista, donde siguen algunos de mis antiguos compañeros.
Allá en las gradas veo por fin, claramente, a los dueños de
los dos concesionarios que son parte del mismo grupo empresarial, casualmente
dándoles la mano a los dueños de las autopistas y del circuito. A su lado, un
montón de carteles, como aquéllos que vi al principio de mi andanza.
Y es en estos momentos, cuando no veo el fin de esta
infinitud impuesta por la geometría del círculo, cuando uno comprende que para
hallar nuevas soluciones a los problemas, no puede hacer lo mismo, me pregunto:
-¿Y si apago el coche...
...y me voy andando?
Publicado originalmente en Facebook el 31 de mayo de 2013