lunes, 22 de julio de 2013

Historia de un conductor

Aún recuerdo cuando compré mi primer coche hace 35 años.

Antes de eso, el único medio de transporte que había conocido durante décadas era un carro tirado por un burro que me llevaba más por dónde que el quería, que por donde yo deseaba; por terribles caminos áridos y pedregosos.

Por fin llegó la oportunidad, y me compré un pequeño utilitario; discreto, que no hizo mucho ruido, y la verdad, es que no recuerdo mucho de él ni de esa época, excepto a que por fin salí a una carretera de verdad; aunque quizás no por los caminos que yo hubiera elegido, pero bueno, hice caso a los carteles que había por el camino.

Poco me duró ese cochecito, y de repente me decidí por algo más moderno, un "Escarabicho" de esos que siempre habían llevado los hippies. Y al principio muy bien, todo muy bonito: me sentía por fin adecuado a mi época, moderno, como los demás coches que transitaban por esta moderna carretera.
Fue el coche que más me ha durado desde luego, pero me empezó a oler a chamusquina: se le empezaban a caer partes del coche de repente, no muchas, pero algunos de los elementos del chasis se iban al garete y por el espejo retrovisor podía ver como los chatarreros hacían buen uso de ellos.
El vendedor me aseguró que eso era normal, que en seguida iba a notar que el coche iba a ir mucho más ligero. Nada más lejos de la realidad.
Pese a que evidentemente pesaba menos, notaba yo que el motor se atascaba, y cada vez más y más, hasta que el coche no llegaba ni al mínimo de velocidad recomendado para circular por ese tipo de vía.
Además, justo en una crucial decisión, cuando yo me negué a coger cierto desvío a la autovía (en teoría, mucho mejor); el volante se negó a responderme y me engañó, obligándome a pasar a ese tipo de vía, para la que no estaba preparado.

Entonces, decidí cambiar de nuevo de coche, ahora un flamante descapotable, que según me aseguraron los vendedores me haría sentirme feliz.
Y parecía que sí: qué velocidad, qué acelerones. Me sentía el rey de la carretera, y se volvieron a caer muchos pedazos de la parte exterior del coche, igual que con el anterior, pero esta vez no me importó, porque noté una gran mejoría en el motor. Eso sí, extraño, creo que volvía a escuchar los rebuznos de mi antiguo carro, pero no les presté importancia.
Al poco tiempo, me ofrecieron que cambiara el combustible del coche, que era el combustible con el que circulaban los números uno, y que pasara a la autopista, que pese a los peajes, era la vía que me permitiría mucha más velocidad.
Y así, lo hice, pero para poder pasar a la autopista, me obligaron a deshacerme de aún más partes del coche, como los airbags, los cinturones y otras cosas que, según ellos, "no me haría falta al circular por la vía más segura".
Eso sí, todo iba bien, pero este coche gastaba mucho, muchísimo combustible; y era espantoso el humo que soltaba, tanto que incluso llegó a afectar gravemente mi salud. Tal era el gasto que hacía de combustible, que me tuve que juntar con otros dos conductores a asaltar gasolineras a la fuerza.
Y no fue hasta que me dispararon y salí herido, que no me dí cuenta del terrible error que había cometido.

Por fin, decidiendo dejar atrás esa delictiva y contaminante vida, volví a lo moderno, pero esta vez un "Nuevo Escarabicho"; más actual, preparado para circular por todos los países del mundo. Cosa extraña, los del concesionario del descapotable me dijeron que habían sido los del concesionario del "Escarabicho" los que me habían disparado.
Y ahí iba yo, cargado de buenas intenciones, recogiendo autoestopistas, repartiendo folletos por los parques... y aún así el coche tiraba de lo lindo, aparentemente contaminando menos porque me habían puesto un refrescante olor a pino en el interior.
Todo parecía ir bien: el coche funcionaba, yo era feliz y no echaba de menos los desvíos que tanto me hacían dudar de las otras carreteras, pagaba mis peajes cuando debía hacerlo y repostaba siempre que podía, porque había gasolineras para todos y a muy muy buen precio.

Pero llegó un terrible día: las gasolineras debían cerrar, y sólo se mantendrían unas pocas. Los dueños de la autopista me dijeron que si quería encontrar combustible a partir de ahora, y tener dinero para pagar los peajes, debía eliminar la mayor parte del chasis, comprar la mínima gasolina posible y ponerme un GPS que ellos me daban y que me indicaría por dónde debía seguir. En caso de no hacerle caso al GPS podrían ocurrir cosas terribles.

Pues todo se acabó ahí: pasaba frío por haber vendido el chasis, el GPS se ponía a gritarme como loco al mínimo giro, el motor se me empezaba a atascar de nuevo, como con mi antiguo "Escarabicho". Y empecé a tener varios porrazos que casi me matan, por haber vendido los sistemas de seguridad, pero según los dueños de la autovía el problema era que aún no había vendido bastantes partes del coche. Lo único que recordaré con agrado de aquella época fueron algunos autoestopistas en apuros que recogí en el camino.

Con el motor ahogado, y en un coche prácticamente desnudo, añoré aquellos días en los que era el rey de la carretera, y decidí volver a comprar un descapotable.
Los primeros kilómetros fueron como los que yo recordaba, pero no acaba ni de salir del concesionario cuando me desmontaron el coche prácticamente entero, dejándome el motor, el suelo, las ruedas y el volante; me pusieron un GPS con bloqueo de la dirección y una radio que, pese a todo, era muy optimista.
El motor estaba hecho una mierda, lo cual no podía entender porque, ¿no me había comprado un descapotable? Y ahora sí, a esa baja velocidad, podía oír claramente los rebuznos de mi antiguo carro que salían de este coche.
No bien había llegado a repostar a la primera gasolinera, me dijeron que mi situación era imposible, y que o me pasaba a una pista especial dónde podían seguir mis movimientos, o me ponían a un conductor al volante.

Y aquí estoy, en una pista circular dando vueltas en el mismo sitio, siempre en el mismo sentido; pagando un ojo de la cara cada vez que quiero repostar y cada vez vendiendo más y más piezas de mi coche para poder seguir adelante. A veces vislumbro una salida de la pista, pero ya no da para la autopista, donde siguen algunos de mis antiguos compañeros.
Allá en las gradas veo por fin, claramente, a los dueños de los dos concesionarios que son parte del mismo grupo empresarial, casualmente dándoles la mano a los dueños de las autopistas y del circuito. A su lado, un montón de carteles, como aquéllos que vi al principio de mi andanza.

Y es en estos momentos, cuando no veo el fin de esta infinitud impuesta por la geometría del círculo, cuando uno comprende que para hallar nuevas soluciones a los problemas, no puede hacer lo mismo, me pregunto:

-¿Y si apago el coche...

...y me voy andando?


Publicado originalmente en Facebook el 31 de mayo de 2013

sábado, 20 de julio de 2013

El miedo como profesor en las escuelas de odio.

Presentadas a menudo como portadoras de la verdad o maestras de valores, las religiones son casi tan antiguas como el propio hombre.



Surgidas al principio de la necesidad de explicar y comprender lo desconocido, puesto que el desconocimiento es algo que provoca mucha ansiedad en el ser humano; y una vez dada una explicación surgida a medias entre la observación de la naturaleza y razonamientos primitivos, debían eliminar otra gran incertidumbre que acongoja al hombre; que es, mediante ciertos ritos o símbolos, poder intervenir en esos acontecimientos que en principio están fuera de mi control.

A raíz de determinar qué cosas parecían tornar los acontecimientos a mi favor, o en mi contra, se crean los comportamientos y símbolos sagrados, y las prohibiciones; que van a influir profundamente en el comportamiento de la sociedad y determinar cultural y moralmente a ésta. 

La sociedad crea, por consenso, la religión; y luego, la religión, la transforma.
Además, unos mismos ritos y símbolos compartidos por un conjunto de individuos les da cohesión social, a la vez que los diferencia del resto de sociedades, proporcionando individualidad e identidad de grupo. 

Se crea una de esas paradojas que tanto determinan la realidad, en mi opinión, porque todo se basa en un sistema de equilibrios: determinados individuos se ven más unidos entre sí a costa de separarse y crear diferencias con los demás.

Para explicar aquello que no podían ver o comprender, los seres humanos primitivos dotaron de "consciencia" a los objetos y a los fenómenos naturales. Veamos como se produce esto. 

En un estudio, a un grupo de niños les propusieron que escogieran entre dos explicaciones posibles sobre "por qué existen piedras puntiagudas". Una de las explicaciones daba a entender que las piedras eran afiladas para que los animales no se les sentaran encima; y la otra, que eran así debido a la erosión y desgaste producidos por diversos fenómenos climatológicos, de forma que determinaban la forma de las rocas. La práctica totalidad de los infantes escogieron la primera opción. ¿Por qué? Por el simple motivo que para una mente menos desarrollada es más fácil aceptar la "intencionalidad" que complejos procesos involuntarios.

Pese a que, obviamente, existe una relación causa-efecto; una mente menos desarrollada establece una relación de tipo directo en la que la causa es un deseo de que el efecto se produzca. Ej: la piedra es puntiaguda porque desea evitar incómodos animales o llueve porque hay un dios benévolo que ama las plantas y a los hombres. 


Por lo que los dioses no son si no la explicación más fácil a acontecimientos que no puedo explicar. 
Obviamente, no le vamos a recriminar a un pobre homínido de la edad de Piedra que razonara de esta manera, sin la capacidad intelectual ni los medios técnicos actuales para realizar indagaciones más allá de la observación y este tipo de pensamientos.

El problema de las religiones surge cuando chocan con otras culturas o religiones. 

Al haber desarrollado cada una diversas explicaciones, aunque similares, para los distintos sucesos y, lo más importante, al haber desarrollado diversas conductas o símbolos "sagrados" que pueden chocar con lo que es sagrado para otro grupo; inevitablemente, se generan tensiones.

Tensiones surgidas si no de perder el favor de los dioses y de creer estar en posesión de la verdad, puesto que los rituales de mi pueblo siempre han resultado acertados. 
No hace falta mencionar los incontables conflictos por motivos religiosos que se han producido, y se siguen produciendo, incluso entre diversas escuelas de una misma religión común.

Pero, yendo más allá, las religiones monoteístas agravan aún más este hecho. 

Las religiones politeístas, es decir, aquellas con múltiples divinidades; tienden a tener un carácter más tolerante, puesto que los diversos individuos de la misma sociedad podían rendir más culto a un dios o a otro según su devoción o conveniencia. Éstas religiones permiten diferentes cultos dentro de las mismas, así como interpretaciones diversas de la verdad. Sin embargo, también existía violencia entre los diferentes súbditos de diversos dioses debido a la competencia o rivalidad entre las deidades.

Sin embargo, las religiones monoteístas se basan en una única verdad, monolítica e indiscutible, de una deidad que, además, es omnipotente, omnipresente y omnisciente. Por lo que los súbditos de estos dioses, creyéndose portadores de la única verdad, no pueden tolerar, por lógica, otras interpretaciones de la realidad que no sean las suyas.


Además, los dioses de las religiones politeístas suelen, en sus mitologías, errar, cometer pecados carnales e incluso morir; cosa que jamás suele suceder en las religiones monoteístas.

Quizás alguno en este punto mencione cuando el Dios del Antiguo Testamento se arrepintió del Diluvio Universal. Pues más a mi favor: un dios que yerra lo más probable es que no posea la verdad absoluta.

Entonces, las diversas religiones, pese a los valores que puedan pretender infundir en la sociedad, siempre van a ser motivo de tensiones y de odio entre los individuos: incluso aunque al final existiera una única fe, se generarían conflictos entre los que la siguen al pie de la letra, dudan de ella, creen en algunas cosas, los no practicantes y los que la niegan; porque va implícito en el ser humano adaptar las cosas a su propia comprensión y, por lo tanto, tener creencias, aunque sea muy sutilmente, distintas a la de los demás.

Además, los valores de los que se creen dueñas existen en la mayoría de las religiones: casi todas comparten el valor de la solidaridad, de cuidar del grupo; el problema es cuidar sólo de mi grupo; la mayoría de las religiones también creen que realizar actos de valor y bondad traerán una recompensa futura, lo malo es que según los ritos y los símbolos, una misma acción puede ser buena para una religión, y mala para otra.


De esta manera, los valores y la moral están por encima de las religiones, y desapegándolos de arcaicas costumbres que dividan a los individuos en sociedades, son comunes a todos los hombres: la solidaridad, el amor, el valor, etc...

Así que vemos que las religiones son poseedoras de una verdad sesgada, condicionada a unos ritos y símbolos a los que se les atribuye un poder, basado en la creencia de diversas entidades surgidas de una explicación simple a acontecimientos complejos para evitar la ansiedad que produce el Miedo a lo desconocido y a lo incontrolable.

Y aquí quería llegar. Todas las religiones están basadas en el miedo, y en la necesidad de callarlo como sea. Y ante cualquier idea u expresión que me haga dudar de mi verdad, de nuevo me provocará miedo al desconocimiento, que como respuesta generará un odio visceral a lo que me hace sentir así.

El hombre actual necesita comprender esto, y afrontar el miedo cara a cara. 
Y veo dos herramientas esenciales para esto, las mismas de siempre: la educación y la ciencia.

Debemos educar a las personas en aceptar que jamás podremos saberlo todo, en vivir con el miedo, con la incertidumbre. De nada vale engañarnos y tratar de esconder al miedo en un cajón de nuestra mente, porque siempre acabará alguien o algo por recordarnos donde está. Debemos aceptar el desconocimiento como parte de la realidad y de la naturaleza humana, que jamás podrá prever todos los acontecimientos que se entremezclan para dar como resultado a aquélla; y que jamás podrá conocer todos los datos de todo lo que acontece en un infinito universo.

Y la ciencia nos trae el pensamiento crítico, la duda, la verificación de la verdad mediante la intensa y exhaustiva medición y la comprobación continua de la verdad, porque los teoremas son válidos mientras que no se demuestre lo contrario, que puede llegar a pasar.


Esas dos cosas enseñarán al hombre a ser valiente, humilde y a tener una mente abierta.

Y jamás necesitamos tanto de esas cosas.

sábado, 6 de julio de 2013

A los que son xenófobos en nombre de Odín

Una de las mayores desgracias de este siglo, supuestamente tan avanzado, es que aún no se ha conseguido eliminar el racismo y, peor aún, que aún se toleran partidos e ideologías con una gran carga racista como los nacional-socialistas o fascistas.

Aunque el racismo se da en individuos de todas las razas, y se ha dado en todas las épocas, se empieza a mostrar como un rasgo identitario de un grupo o como doctrina en el siglo XIX, cuando empiezan a surgir los nacionalismos románticos en Europa; y se termina de afianzar con el nacional-socialismo alemán que todos conocemos. Los otros movimientos fascistas estaban más movidos por motivos como el territorio, la historia clásica o símbolos nacionales, pero el odio a las otras razas es eminentemente nacional-socialista. Uno de los argumentos que servían para justificar el odio racial y la superioridad del hombre blanco era el de la raza "aria", en el cual profundizaremos adelante, y comprobaremos que es un absurdo.

Pese a que éste fue derrotado en 1945 y prohibido en su país de origen, la simiente y la ideología que creó nunca ha podido ser erradicada y ha llegado hasta nuestros días y se ha extendido a todos los países occidentales e incluso, como muestra algún que otro preocupante documento, hasta los países latinoamericanos.

A día de hoy, nos hallamos con un claro resurgir de la ideología nacional-socialista y otras con eminente carga racista (incluso el supuesto centro-derecha del PP) en toda Europa; como se  atestigua en los resultados electorales de partidos nazis o fascistas en Francia y Grecia, o simplemente conservadores, que ahora mismo gobiernan en la mayoría de países de Europa.

Éstas ideologías siempre surgen en grandes momentos de crisis, puesto que el odio al inmigrante, al extranjero, como culpable de la mala situación de la población en general es un pretexto muy bueno para las clases dirigentes que difuminan su responsabilidad y enfocan el malestar social en otros sectores más débiles.


No hace falta recordar que actualmente vivimos una profunda y larga crisis, pero que además está coincidiendo con una época en la que estamos recuperando del olvido las antiguas tradiciones paganas europeas, erradicadas, absorbidas y prohibidas por el cristianismo preponderante en Europa durante siglos; esto se conoce como neopaganismo.


Pese a que esto es un fenómeno mundial (por ejemplo en Egipto nos encontramos con el kemetismo, la continuación de la antigua religión egipcia), nosotros nos centraremos en la que los grupos neonazis suelen utilizar de inspiración para justificar su ideología o, simplemente, con la que se sienten identificados: el neopaganismo nórdico o Ásatrú (literalmente, "fiel a los dioses Aesir"[1]).


No sólo los nuevos racistas se sienten atraídos por la religión nórdica, si no que ya en la Alemania romántica del XIX nos encontramos con muchos ideólogos y artistas (el mismo Wagner) que se inspiraron en esta religión, y que la sacaron del olvido, para ensalzar los "valores alemanes", en contra posición al cristianismo o judaísmo. Por otro lado, quiero señalar que no todos los practicantes o creyentes de Ásatrú son racistas, ni mucho menos.

La principal justificación es, como ya he comentado antes, la creencia en la raza "aria". Ya el término nos habla de personas poco occidentales, puesto que su origen es el sánscrito, y era la autodenominación que se aplicaban las etnias de origen proto-indo-iranios[2]. De hecho, la esvástica es un símbolo relacionado con el sol que encontramos en budas y que representaba, parece ser, a Brahma, Vishnu y Siva[2], deidades hindúes.

Los historiadores siempre han tenido la sospecha de que Odín (Wotan en la tradición germánica, principal dios del panteón nórdico), fue una inclusión tardía en el panteón, pues su origen, historia y connotaciones místicas y religiosas tienen muchísima relación con estas religiones orientales; y que el dios principal hasta que se incluyó a Odín era Tyr, dios del valor y de las batallas.

Pero volviendo a la raza aria, para los nazis significaba la superioridad genética de los pueblos escandinavos y germánicos por encima del resto de etnias y razas. Pese a que conocían bien el origen oriental de la "raza", pues documentos gráficos nacional-socialistas de expediciones al Tíbet demuestran que estaban buscando su origen allí[2]; la propaganda de enaltecimiento se centraba únicamente en los germanos. 

Además, la creencia de que los hombres superiores eran los germanos y escandinavos no tiene un origen genético y ni tan siquiera de las tradiciones de esos pueblos, si no de la mitología griega. Los griegos denominaban "Hiperbórea"[3] a las tierras desconocidas al norte de Tracia (una región al este que se ubica entre las actuales Bulgaria, Grecia y Turquía)[4]. De los habitantes de esta región decían que eran dioses e inmortales, y los describían como rubios y altos. A partir de ahí, el esoterismo nacional-socialista, muy interesado en mover la propaganda de la raza aria, hizo el resto, y mezcló dos conceptos muy distintos.

Entonces, ya por un lado, tenemos que la raza aria o blanca es una ilusión, un concepto pseudocientífico explotado para convencer a la población de que se podían cometer atrocidades contra otros individuos porque no eran iguales, si no que era como matar a un animal. La deshumanización se puede lograr tanto repudiando y haciendo inferior a un sujeto, como haciendo creer superior a otro; y a partir de ahí, las normas morales que servirían para los iguales ya no valen.

Por otro lado, me gustaría señalar el poco criterio de adjudicar un carácter racista al pueblo vikingo.

Los vikingos eran consabidos marineros y guerreros, que por el contexto climático de su época se vieron obligados a salir de la península Escandinava a saquear y ocupar tierras más fértiles para sobrevivir. Pese a los demonios sedientos de sangre que nos pintan los textos cristianos, los vikingos también fueron grandes comerciantes que negociaron y trataron incluso con Bizancio y los árabes; de hecho, como anécdota, varios emperadores bizantinos tuvieron como escolta lo que se llamaba la "guardia varega" (varego significa en nórdico antiguo "vikingo sueco"[5]).

De hecho, si nos atenemos a la historia de la Época vikinga (793 - 1100 d.C.)[6], sus principales enemigos fueron los propios europeos a los que saquearon y atacaron durante esos tres siglos con especial saña o conquistaron y tomaron colonias como Dublín y Kiev. Sólo en contadas ocasiones tenemos registros de ataques a otras etnias, como pasó en Cádiz y Sevilla, que por aquél entonces estaban bajo el dominio de Al-Ándalus[6]. Sin embargo, muchos más numerosos y repetidos fueron los ataques contras las costas de Asturias y Galicia, haciendo especial hincapié en Santiago.

Por último, me gustaría hacer ver, desde el propio punto de vista religioso, la indecencia del racismo dentro del Ásatrú. 

El término científico del racismo es "xenofobia", que proviene del griego y significa, "temor al extranjero"[7]. El odio no viene si no del temor a perder un puesto hegemónico, a lo desconocido o, simplemente, de la incomprensión de la realidad.

Como ya dije antes, las clases dominantes en caso de peligro estimulan el odio hacia el extranjero para no perder su posición de poder, diciéndoles a los de abajo que los de afuera vienen a invadir y a quedarse con sus privilegios; como vemos, ambos grupos ven una pérdida de hegemonía, en ambos casos ficticia, una en origen y otra en veracidad. Por otro lado, la incultura de las clases más bajas (fomentada por las clases más altas), hace que no se conozca de forma real las costumbres y creencias de las personas de otros países o credos, lo que genera temor ante lo desconocido, normalmente desproporcionado y siempre esperando lo peor como atentados terroristas o bandas armadas. Y por último, la incomprensión de la realidad, de que el malestar de la sociedad proviene de la mala gestión, del robo y usura de los poderosos, y que los inmigrantes son simplemente otras víctimas más de los mismos u otros delincuentes, hace que la gente vea como posible que el inmigrante tenga la culpa de su pobreza.

Entonces, es el miedo el que genera el odio. Y eso en una religión como la Ásatrú es inconcebible, dónde sólo los valientes son legítimos y dignos seguidores de Tyr, hijos de Odín y podrán acceder al Valhalla. Los racistas no deben tener cabida entre los que adoran a los dioses vikingos.


Entonces, y en resumen, vemos que el racismo en nombre de los dioses paganos no tiene base ni genética, ni histórica, ni religiosa. El racista "común", simplemente está errado y se le deben abrir los ojos; y los racistas convencidos son escoria, independientemente de los gloriosos colores o mitos con los que quieran tapar su condición.

[1] Ásatrú. https://es.wikipedia.org/wiki/%C3%81satr%C3%BA
[2] Arios. http://es.wikipedia.org/wiki/Arios#La_raza_aria_y_la_gen.C3.A9tica
[3]Hiperbórea. http://es.wikipedia.org/wiki/Hiperb%C3%B3rea
[4] Tracia. http://es.wikipedia.org/wiki/Tracia
[5] Varego. http://es.wikipedia.org/wiki/Varego
[6] Época vikinga. http://es.wikipedia.org/wiki/%C3%89poca_vikinga
[7] Xenofobia. http://es.wikipedia.org/wiki/Xenofobia